domingo, 19 de junio de 2011

CICLO A – TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XII

CICLO A – TIEMPO ORDINARIO - DOMINGO XII

SANTÍSIMA TRINIDAD

La fidelidad de Dios es eterna y Él está siempre con nosotros, a pesar de nuestra terquedad: nos toca a nosotros vivir en su Paz y Amor

Ex 34, 4b-6.8-9: "Moisés subió al Sinaí, como el Señor se lo había ordenado,… el Señor descendió en la nube y permaneció allí… El Señor pasó delante de él exclamando: «Yo soy el Señor: Dios clemente y compasivo, lento para castigar y generoso en amor y fidelidad». Moisés se postró diciendo: «…dígnate, Señor, acompañarnos. Es verdad que éste es un pueblo obstinado, pero perdona… y conviértenos en tu herencia»."

Dn. 3, 52-56: "A Ti, eternamente, gloria y honor".

2Cor. 13, 11-13: "Alégrense y trabajen por alcanzar la perfección; anímense unos a otros; vivan en armonía y en paz. Entonces el Dios del Amor y de la Paz permanecerá con Uds…. La gracia del Señor Jesucristo; el Amor de Dios Padre y la Comunión del Espíritu Santo estén con todos Uds. constantemente".

Jn. 3, 16-18: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga Vida Eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios".

Dios merece toda la gloria y honor, pues sólo Él, en persona, nos ama hasta crearnos personalmente, sin excepción, para que seamos sus hijos; es nuestro redentor personal para que vivamos su Vida y a cada uno santifica para que gocemos su Amor en creciente plenitud.

Podemos estar seguros: el Amor le ha llevado a entregarse y a quedarse con nosotros.

No busca poder, pues lo tiene todo; busca, más bien, que seamos libres y grandes como Él, sin ataduras entorpecedoras: ¡para eso nos creó! y necesitamos todo su poder para ser personas abiertas al hermano, libres, exitosas y felices. Por eso Moisés pide a Dios que les acompañe en el camino y, para eso, Jesús se queda como Eucaristía y nos envía al Espíritu Santo.

El mismo Jesús, el Hijo Único de Dios encarnado, es nuestra Salvación. Ésta no es algo diferente a Él, sino su persona, por eso es vital creer en Él: Él es el camino de la máxima grandeza humana. ¡Qué lástima que andemos tan engañados y condenados a una búsqueda tan desconcertante, dura y dolorosa por sus escasos y decepcionantes frutos! Para ayudarnos Dios, el Padre, envió a su Hijo, que es el único que lo conoce pues, de su misma naturaleza, vive con Él.

Fe es confianza obediente: aceptar la persona de Jesús y sus propuestas, caminar, construyendo Comunión con los otros creyentes, tras las huellas de Jesús, cada uno a su paso y con su carga, sí, pero siempre tras las huellas de Jesús: según Él nos indique y con las mediaciones que Él señale, aunque no siempre las entendamos demasiado y hasta no nos agraden mucho.

Dios está a nuestro favor; aunque débiles, basta abrirnos con oración sincera y comprometida

Es el Señor quien, en su Amor Eterno, nos llama, sin cansarse, para compartir sus dones. Él nos invita sin fin a ser tan señores de nosotros mismos, que aceptemos dar la vida a otros; Él se nos ofrece incesantemente para llenarnos de su Sabiduría, Paz y Felicidad inalterables.

Nos toca responder. Él no puede hacer más. Obligarnos sería anular la alegría de nuestra vida. Toda idolatría nos esclaviza, nos da infelicidad y paraliza nuestro real desarrollo integral.

El perdón y la paz son signos de la presencia de Dios entre nosotros, nos toca aprender a vivir

La armonía y apoyo entre los miembros de la Comunidad cristiana, que es, por sí misma, universal, es decir, católica, muestra la presencia del Amor del Padre, la Gracia salvadora del Hijo, que nos ayuda a liberarnos del egoísmo, y la Comunión de Vida del Espíritu Santo.

Los problemas siempre estarán; se trata de superarlos como miembros de la familia de Dios. Dios también está siempre; con Él podemos superarlo todo, si, atentos, le somos dóciles.

Dios lo da todo por nosotros, pero no puede hacer lo que a nosotros corresponde: aceptarle.

Como Abraham, a pedido de Dios, entregó a su único hijo, así el Padre-Dios, ante la necesidad del hombre, entrega a su Hijo Unigénito para salvar a todos. Nunca para condenar.

Cada persona deberá aceptar la Salvación que viene del Padre por Hijo Único, el amado.

Pidamos a María docilidad al Espíritu y vivir la salvación del Padre por el Hijo, el Cristo.

Retomamos el Tiempo Ordinario, que alguno podría pensar como el tiempo de la monotonía, de la vida sin aliciente, pero con la presencia de la Comunión Trinitaria.

Pero no es cierto. Si estamos con el Dios Uno y Trino, no hay posibilidad de monotonía, todo nuestro tiempo se convierte en el tiempo de la perpetua sorpresa, pues Dios siempre es sorprendente. Cada día te pide algo que no pensabas: '¿podrás asumir el reto que te propongo al tener que tratar a esta persona que tanto te cuesta soportar o perdonar o acompañar o estimular?'; '¿te atreves a vivir con los criterios de tu Redentor en este ambiente nada sencillo?'; '¿vas a luchar para no dejarte ganar por la vagancia o la tristeza o la desesperación o el aburrimiento o el fastidio o el cansancio o las malas costumbres o el miedo a quedar mal?'

Dios, el Uno y Trino, nunca nos abandona; nunca nos deja... "en paz": como buen entrenador, siempre nos lanza nuevos retos porque nos quiere grandes, muy grandes, ¡como Él! Y para esto se necesita mucho ejercicio y entrenamiento cotidiano y cada vez a mayor profundidad; y todo esto exige mucha alimentación santa', 'estudio profundo' e intimidad con el Maestro de Vida Eterna, ésta que no viene después, sino que es necesario, si la queremos gozar para siempre, aprender a vivirla cada vez mejor aquí, en esta segunda etapa de nuestra vida tan compleja, en la etapa de la definición y responsabilidad de las decisiones que se toman, aun cuando no todas resulten como pensábamos o deseábamos.

Lo único monótono que tiene el "Tiempo Ordinario" es que, en cada Eucaristía, somos invitados, sin oropeles ni 'fiesta', a ser más y a caminar tras las huellas de Jesús en el desarrollo silencioso de todos los días. Es el tiempo del crecimiento a cada vez mayor profundidad, de personalizar la Fe sin bombos ni platillos, sin celebrarla a lo grande, pero con la Resurrección de fondo, sí, como un horizonte exigente y nunca todavía alcanzado aquí, de modo que, si nos despistamos, hasta podemos perderla de vista y así se nos irá borrando este horizonte y ya no sabremos qué significa de verdad ser cristiano y pasaremos a ser uno más y hasta más vacío que los demás. Es el tiempo en el que se nos invita a vivir a mayor intensidad y profundidad la Fe para no perder el ritmo, el gusto y el gozo que transmite Vida Nueva en este mundo tan viejo.

Dios, todo Él, nos acompaña cada día, pero debemos estar atentos y cerca para vivirlo y poderlo comunicar a todos, iniciando por los hermanos, que son los más difíciles de convencer. Él siempre está para salvarnos, si lo aceptamos, pues la Salvación que fuera obligada sería cadena que mata la alegría y, sin alegría y paz interior, no hay Vida Eterna, no hay Dios real, vivo y presente.

Que María nos ayude a vivir en su actitud de apertura que engendra la Palabra en el propio interior para darla a los hermanos.

Dios les bendiga.

Unidos en oración con María, en el Corazón de Cristo Jesús:

P. José Mª Doménech SDB