REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL Oscar Montero Córdova SDB
DOMINGO 08 DEL TIEMPO ORDINARIO
Año A 2010 – 2011
Is 49, 14-15; 1Cor 4, 1-5; Mt 6, 24-34
“Reza como si todo dependiera de Dios, y trabaja como si todo dependiera de ti” (San Agustín).
Nuevamente Jesús nos sorprende con sus enseñanzas. Pero esta vez no cuestiona nuestra lógica en las relaciones humanas; sino que va más allá. Pareciera cuestionar el sistema económico y la actividad humana que mueven el planeta. ¿Qué no nos preocupemos pensando qué vamos a comer, con qué nos vamos a vestir? Pero, ¿acaso Dios ignora que la gran mayoría de sus hijos e hijas con el propio y abnegado trabajo se procuran para sí y para su familia el sustento necesario, ejercitando así un servicio conveniente a la sociedad? (Cfr. Gaudium et Spes, 34). ¡No! Dios no lo ignora. Es más, la revelación bíblica y la Doctrina Social de la Iglesia siempre han tenido muy en alto la dignidad del trabajo humano. San Pablo mismo criticaba la pereza: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma” (2Tes 3, 10) y en siglo IV, san Ambrosio, obispo de Milán, elogiaba la actividad humana con esta frase: “Cada trabajador es la mano de Cristo que continúa creando y haciendo el bien”.
Ahora bien, si Jesús no cuestiona el trabajo humano, ¿a qué se dirige su enseñanza? “Por eso les digo: No estén agobiados por la vida, pensando qué van a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué se van a vestir.” (Mt 6, 25) Indudablemente, la misma corporeidad del ser humano requiere de la satisfacción de estas necesidades básicas: alimentación, salud, vestido, etc. Pero la intención de Jesús nos la da a entender la primera lectura tomada del profeta Isaías: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. (Is 49, 14-15).
Nuestro Señor, en el fondo, quiere recordarnos que Dios no se olvida de nosotros: “Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso” (Mt 6, 32). ¿Qué testimonio estamos ofreciendo al mundo? ¿Qué clase de católicos somos que nos angustiamos terriblemente por el dinero, por el excesivo trabajo, sacrificando simultáneamente Dios y familia? “A cada día le bastan sus disgustos”. (Mt 6, 34). La sabiduría popular ya ha condensado la enseñanza de Jesús en la frase “A Dios rogando y con el mazo dando”. Pero, ¿el estrés, la depresión (de la que ninguno está libre), el estado continuo de afán, de trajín y de lucro son, acaso, la identidad del cristiano? ¡Para nada! “No se puede servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24).
La cultura actual ha acentuado en nosotros la mentalidad programática. No obstante el decir que “vivimos el momento”, en la vida diaria estamos calculando y planificando todo. Y lo último que cuenta en nuestros planes es la Providencia –o sea, Dios Padre que se hace presente de la manera menos pensada para darnos una mano-. ¡Tal vez no seamos conscientes de su presencia que actúa misteriosamente!
Como conclusión, les regalo el hermoso testimonio de la mamá de un joven de una de las Casas de Acogida donde trabajé. “Hermano, yo soy pobre, me gano la vida como recicladora en el centro de Lima. Pero sabe, yo soy rica. Muy rica. Mi Dios me ha dado unos hijos a quienes amo con todo mi corazón. No me quita el sueño pensando qué voy a comer. Porque aunque sufrimos, nunca nos ha faltado. Me quita el sueño perder a mi Dios, a ese Dios que encuentro cada primer viernes de mes y cada domingo en la Misa. Ese es mi verdadero tesoro”.
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