DIACONÍA
Διακονία
Sirviendo al pueblo de Dios el alimento de las
Escrituras
P. Oscar Montero SDB
Él es más
importante que yo, Jesús puede cargar más que yo.
En
una ocasión le pregunté a alguien sobre cómo se comportaba su profesor en las
clases y me dijo: “Es todo mansito. Es una ovejita”. ¿Qué tiene que ver esta
expresión con aquella que Juan Bautista dice de Jesús: “Éste es el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo”? Actualmente, más de uno de nosotros
preferiría mil veces ser llamado “lobo” que ser tildado de “cordero” o de
“mansa ovejita”. Pero, ¿qué tan cierto puede ser esto a los ojos de Dios?
Ciertamente,
“Cordero de Dios que carga los pecados del mundo” solo hay uno: Jesucristo, el
Mesías, el Hijo de Dios. Solamente Él es el redentor del mundo. Juan Bautista,
con toda la gran labor que venía realizando comprendió esto a la perfección:
“Él es más importante que yo”. Lamentablemente, aunque con muy buena voluntad,
a veces corremos el riesgo de robar, de usurpar y de adueñarnos del puesto de
Jesús, el Cordero de Dios, y pretendemos cargar con las culpas de los demás; y
hasta queremos ser “los redentores” en la familia, en la comunidad, en la
oficina, en el barrio, en la sociedad. ¡Esto no es sano! No digo que no experimentemos
ni seamos insensibles al pecado que hay en el mundo. No, no se me interprete
así. Lo que digo es que solo “Dios lleva nuestras cargas” (Salmo 67). Claro, Jesús nos invitó a cargar
la propia cruz y a aliviar la ajena, pero nunca a cargar la cruz de los otros.
Sintamos su dolor, compartamos sus angustias, oremos por los demás, pero… Jesús
es el único Cordero.
Esto,
aparentemente inofensivo, tiene sus consecuencias. Porque, no tenemos la
obligación de cargar más de lo que soportan las fuerzas que Dios nos dio, no
podemos hacernos responsables de la culpa de los demás. Incluso, no deberíamos
ni siquiera exagerar nuestro sentimiento de culpabilidad. ¡Dios es más grande
que nuestra conciencia!
Sin
embargo, hoy más que nunca, también estamos llamados a ser ovejas, a ser
corderos. No por la ingenuidad, porque el cristianismo no es para los ingenuos,
sino para los valientes-humildes. Necesitamos hombres y mujeres que como Jesús,
cordero inocente y pacífico, impulsen la paz y no el odio; animen a la lucha
pero sin hacerle daño a los demás, entusiasmen con sus palabras pero no hieran
con ellas.
Insisto, no
necesitamos redentores, pero quizás si hagan falta –y mucha falta- hombres y
mujeres humildes, pacíficos, comprensivos que sepan aliviar las cargas de los
demás; y que con sus actitudes de escucha y tolerancia vayan poquito a poquito
uniéndose a la Pasión de Cristo por la salvación del mundo.
Tal vez a más de uno
de nosotros nos busquen los amigos para confiarnos sus problemas y pesares de
la vida. Escuchémoslos con cariño y paciencia, pero –como Juan Baustista-
señalemos al Amigo, al Cordero de Dios, al Salvador, al único que realmente
puede aliviar y confortar sus penas y darle un sentido pleno a su dolor y a su
vida: a Jesús. ¡Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, danos la paz!